«Esto no es una pipa», decía Magritte en su conocida pintura La traición de las imágenes. Pues de la misma forma me apetece decir ahora, frente a las obras que presenta hoy Rafael Cidoncha: «Esto no es una naturaleza muerta». ¿Por los retratos muy numerosos? ¿Por todos estos rostros, tan presentes, personificados, senderos de luz en la exposición, referencias para el Bernard-Henri Lévy espíritu, piedras angulares de su arquitectura invisible – y por definición, muy vivos?
Sí, claro está; por los retratos, pero también por las flores, los árboles, los techos de la ciudad, las columnatas; por el servicio de té sobre los azulejos, compoteras, cactus,palmeras más reales que las naturales, laberintos en la puesta del sol, mosaicos, telas drapeadas, fuentes; por las cosas mismas y por su manera, él, Cidoncha, hasta de disponer las cosas sobre el lienzo.
A la inversa de «cose naturali» de Vasari. A la inversa de las naturalezas «iluminadas» de Diderot o las «silenciosas» de Chirico. Lo contrario, insisto, de la convención de las naturalezas muertas.
Para empezar, sus lienzos hablan. Sí, puede sorprender, pero realmente creo que hablan. Aguzad el oído, veréis. O más bien escucharéis. Hay pintores que deslumbran. Cidoncha, más bien, nos aturde. Las voces de Marrakech. Las voces de los humanos que os han precedido, allí, dentro de estas paredes, sobre estas terrazas que no han cambiado y que todavía son, como ellas mismas, las terrazas de la mítica casa de los Getty.
Patrick Lichfield las fotografió. Cidoncha las pintó. Pero estas pinturas son trampantojos que engañan como el ojo que normalmente fija la mirada e identifica: los años que pasan o no, el tiempo perdido y recuperado, lo irreversible, lo inconsecuente…
On the road, for ever. Soft machine, siempre allí.
Talitha con su abrigo de cibelina, una noche de intenso frío, en el tejado más alto.
Las tres J. resucitadas; las tres mismas J., sí –J como Janis (Joplin), JIMI (Hendrix), Jim (Morrisson)– donde entre miles, al final de la pasarela que domina los jardines, en la última abertura de la cortina blanca donde juega la luz del mediodía, hubiera reconocido la sombra furtiva.